Atención, trabajadores. ¡Ni un paso atrás!
Los sucesos que, de un tiempo a esta parte, vienen sucediéndose - y no queremos entrar en detalle - son lo suficientemente explícitos para que nos sinta-mos alarmados por el cariz de determinadas actua-ciones. No ha de conceptuarse como algo singular el des-plante que se manifiesta cotidianamente en contra de las esencias y de las conquistas de la revolución. La conducta de la pequeña burguesía, de los Cuerpos armados y de toda la masa amorfa que aguarda la primera ocasión para apuñalar a la revolución, halla el camino trillado por culpa nuestra, a causa de las muchas concesiones que hacemos a nuestros pro-pios enemigos. Sabemos sobradamente que todavía pululan por nuestro suelo un gran número de emboscados, y de defensores de situaciones antípodas, que se han aco-modado a la presente situación. Podríamos dar nom-bres y pruebas, pero la indiferencia y el sabotaje, que muchas veces parte de los Centros oficiales, no permite que se sanee la retaguardia. /p. 14/ La labor contrarrevolucionaria es facilitada por la poca consistencia de muchos revolucionarios. Nos hemos dado perfecta cuenta de un gran número de individuos que consideran que para ganar la guerra se ha de renunciar a la revolución. Así se compren-de este declive que desde el 19 de Julio se ha ido a-centuando de una manera intensiva. De acuerdo con esta poca fe en la victoria de la clase trabajadora, podemos leer un artículo del ca-marada Peiró, en el que se hacen una serie de suge-rencias que al lector le han de producir un efecto deprimente. Y en el mismo terreno, hallamos colo-cados a un crecido porcentaje de militantes que con-sideran que para orillar el peligro de una interven-ción extranjera, hay que dejar en suspenso el ritmo de la revolución. Estamos en un momento muy parecido al que se vivió en Francia, en el curso de su revolución del si-glo XVIII, cuando se pedía a grito pelado la suspen-sión de los clubes y en un instante similar al que vivió la URSS cuando se propugnó por la eliminación de los Soviets. En nuestra revolución se pide que de-saparezcan los Comités y las Patrullas de Control. No cabe duda que nos hallamos en pleno oleaje con-trarrevolucionario. No hay que buscar parangones de carácter históri-co. Los culpables somos nosotros mismos, que te-niendo la revolución en nuestras propias manos, nos asustamos ante la grandiosidad del momento y que por temor a la metralla de los buques extranjeros ce-dimos en bandeja la revolución a los partidos que, indudablemente, habían de estrangularla. ¿No es cierto? ¿Estuvimos a la altura de las circunstancias? Ni por asomo. Cada momento en la vida de los pueblos tiene sus características específicas. Si no se recoge debida-mente, el resultado, en la plasmación de los hechos diarios, en el terreno político y social, es de efectos contraproducentes. En estos siete meses de guerra, /p. 15/ encontramos ejemplos a espuertas. Los anarquistas hemos llegado al límite de las concesiones. Si prose-guimos cediendo posiciones, no cabe duda que den-tro de poco seremos desbordados y la revolución pa-sará a ser un recuerdo más. Por esta razón de peso es de desear que se inicie una nueva ruta. No es justificable que para llevar a las masas al frente de batalla se quieran acallar los anhelos revo-lucionarios. Debería ser todo lo contrario. Afianzar todavía más la revolución para que los trabajadores se lanzasen con brío inusitado a la conquista del nuevo mundo que en estos instantes de indecisión no pasa de ser una promesa. Recomendamos que se preste atención a la embes-tida contrarrevolucionaria. Ha llegado la hora de reaccionar. Salvemos la revolución con nuestra propia vida, si es preciso, pero no demos ni un paso más atrás.
(Jaime Balius La Noche 2-3-37).
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